Difundimos este post, aunque antiguo, que describe dos realidades del ser humano en su relación con el sistema sanitario. La del profesional que «controla» el medio con cierta naturalidad y la más compleja, la de usuario, vulnerable y desnudo de su intimidad frente al sistema sanitario.
El uniforme tiene dos lados, el de dentro donde estamos los profesionales y el de fuera, donde habitan enfermos y familiares. Parece mentira que estos dos mundos convivan en simbiosis y sin embargo sean tan radicalmente distintos, casi opuestos.
Esta semana estoy haciendo un cursillo intensivísimo sobre lo que uno siente en la parte de fuera. Dos de mis familiares mas cercanos y mas queridos han requerido tratamientos de mas o menos envergadura y de mas o menos urgencia en dos hospitales de dos ciudades distintas. Ser familiar de un enfermo en un hospital es como ponerse una vacuna de humildad, con excipiente de miedo.
Sin uniforme eres de repente totalmente invisible, puedes estar en un sitio y nadie te ve.
Sin uniforme estás como atolondrado, perdido, no sabes dónde ponerte para no molestar.
Sin uniforme se te seca la boca de un miedo distinto, básico, íntimo. Estar esperando a la puerta de un quirófano te arruga el alma.
Sin uniforme no entiendes lo que te explican, se te olvida la medicación que tomas, te sientes totalmente vulnerable, absolutamente fuera de control.
Sin uniforme ves las pequeñas cosas con otros ojos, el reloj del pasillo se mueve muy, muy despacio, sobre todo si algo te duele.
Sin uniforme no tienes intimidad, apenas eres persona, las batas que cierran atrás te dejan el culo al aire; al lado del uniforme quizás nunca te habrías dado cuenta.
Sin uniforme, la gente con uniforme te parece muy, pero muy importante, mucho más que tú mismo.
Sin uniforme no hay libertad, tu vida parece en manos de otros, como en un cuartel.
Sin uniforme, la gente te pierde el respeto más básico, entran sin llamar, se meten al WC cuando estás dentro o preguntan a gritos si “has hecho caca” desde la puerta.
Sin uniforme, la familia de la cama de al lado se convierte en tu familia, se crea una solidaridad que va mas allá de clases, de opiniones o de culturas.
Sin uniforme, cualquier gesto de amabilidad o de simpatía por parte de los del uniforme es como un enorme regalo.
Estar al otro lado del uniforme debería ser obligatorio una vez al año, como recordatorio de lo distinto que se ve todo como paciente, la pérdida de control sobre tu vida , la inseguridad, la vulnerabilidad, la invisibilidad, la desinformación y sobre todo, el miedo, el miedo profundo y paralizante.
Cuando estamos a nuestro lado del uniforme nos olvidamos demasiado a menudo de que los protagonistas de esta bata, lo verdaderamente importante, son los del otro lado, no nosotros.